martes, junio 01, 2010

"Había una vez una princesa, que nunca se había sentido princesa. Vivía en un confortable palacio. O lo parecía. pero de princesa, si acaso, no tenía más que el título. Ella prefería ser plebeya. Fue educada en los mejores colegios, la rodeaban buenos amigos y nunca le había faltado el cariño. Paseaba por amplios parques ajardinados, de bellas flores y vibrantes cantos de aves. A sus cumpleaños nunca les faltó un detalle. Sin embargo, la princesa, no se sentía princesa. Pasaron los años y con ello aumentaron las presiones para que la princesa presentase, al fin, enamorado. Debía ser buen muchacho, distinguido y preparado. Pero por más galanes que le presentaban, la princesa nunca admitía tener el corazón ocupado. El tiempo pasaba, la princesa que prefería haber sido plebeya, parecía que se asfixiaba entre nobles y coronas. Era como tenerlo todo, y al mismo tiempo, no tener nada. Ella quería salir de las fronteras de palacio, quería reir y también llorar, quería cantar y enfadarse. Quería, al fin, VIVIR sin deber de guardar las apariencias. Desesperados por la indecisión de la princesa, decidieron ceder y, de este modo: "Te permitimos -le dijeron- que busques un enamorado a tu antojo, no ha de ser de sangre real. Basta con que sea un buen chaval". La princesa abandonó palacio. Ya en el exterior se rodeó de más amigos, interpretó papeles que nunca pensó que hubiera podido interpretar. Se le acercaban muchachos de todo color y condición. Se enamoró y se desengañó. Amó y se desenamoró. Pero ninguno de ellos terminaba por adueñarse de su corazón. Hasta que un día, la princesa iba caminando. Estaba algo cansada, el día había sido aburrido para ella. Y se cruzó con algún conocido. Por cortesía, la princesa saludó a esta persona, y él, en vez de con palabras, le correspondió con una amplia sonrisa. Una sonrisa que sacó mágicamente a la princesa de su melancolía. Pasaron las horas y aquella sonrisa permanecía, de modo extraño, en el recuerdo de la princesa. Su sonrisa - pensó la princesa- es más milagrosa que cualquier jarabe que he tomado para curar mis males. Los hechos volvieron a repetirse al cabo de unos días. cada vez que podía, la princesa, volvía al lugar de encuentro de su enigmático amigo, a quien en cada ocasión buscaba impaciente en espera de ver si le regalaba o no de nuevo su sonrisa. Pasaron los meses, y las sonrisas siguieron repitiéndose. Y la princesa, con su pecho henchido de gozo, decidió convertir en príncipe a quien la había hecho sentirse princesa".

Para E.J.D.L