domingo, marzo 28, 2010


Hay algunos libros que ejercen en mí una curiosa fascinación. Normalmente, al menos por lo que escucho, cuando alguien está muy entusiasmado con la lectura de un libro, está deseando terminarlo para conocer el final. A mí en cambio, si un libro consigue atraparme, me apena contar las pocas hojas que le quedan de lectura. Me da pena terminarlo, sí. Hay libros que terminan ocupando un lugar en mi mesilla de noche. Ahí, perennes. Perennes hasta que me doy cuenta de la insensatez de mantener una colección de libros ya acabados ahí, cuando en la librería tienen su sitio e igualmente podré volver a cogerlos cuando quiera. El hecho de mantenerlos en la mesilla, no es porque piense volver a leerlos, en realidad ni siquiera vuelvo a tocarlos en mucho tiempo, pero me gusta sentirlos cerca, me gusta contemplarlos, como si se tratase de un ritual y saber que están ahí. En ocasiones es como si esos libros cobrasen vida, en en cierto modo, pasan a formar parte de mí. Se convierten en mi biblia. Esto me ha ocurrido con dos libros de manera muy especial. Uno de ellos, la poesías de Bécquer, durante años, desde la primera vez que lo descubrí en mi infancia. Y ahí sigue. El segundo, ha sido "Yo, Julio Verne", de Juan José Benítez. Tal vez porque lo leí en un momento clave de mi vida, quizá porque lo cogí por casualidad ¿? y me sentí tan identificada con el protagonista. Julio Verne fue devuelto a la estantería de mi salón, pero cosas de la vida que hace unos días regresó de nuevo junto a mí. Tuve que recuperarlo para un escrito que hice para mi trabajo. ¿Tuve? Sería más acorde decir: "Quise necesitar" volverlo a tener entre mis manos.

domingo, marzo 14, 2010

La naturaleza es la que manda

El tiempo siempre ha sido un enemigo duro contra el que he querido luchar en multitud de ocasiones. Seguro que esto ya lo habré comentado en otros posts. Unas veces he deseado tener un mando a distancia y presionar "rew" hasta alcanzar el momento perdido. Otras, las menos, también me hubiera gustado avanzar un poco más deprisa. Pero rara vez me ha sucedido. Desde pequeña he sido conciente de lo veloz que corren las horas, los días, los años. Y si me apuras, incluso las décadas. Hace poco escuché rumores de que querían modificar el horario peninsular para que tuviésemos la "hora menos" de la hermana Canarias, y aquéllo, reconozco que lo escuché de refilón y sin darme oportunidad de asumir bien qué significaba eso, me alegré: con la falta que me hace a mí alargar el tiempo, una hora más sería fenómeno. Ahora me río de la estupidez de mi comentario, poco meditado evidentemente. Pero eso no importa. Nada importa porque en realidad, la naturaleza es la que manda. Llega el terremoto de Chile y nos roba 1.26 microsegundos. Dicho así no parece grave. Otro terremoto anterior ya acortó también la duración de los días. Hemos asistido a un acontecimiento histórico: un terremoto ha modificado el eje de la Tierra y, como consecuencia, para nosotros la luz brillará un poquito menos. Yo queriendo alargar los días, y la naturaleza haciéndomelos cada vez más cortos.