jueves, julio 22, 2010

Cómo se puede apagar la vida en un instante


La vida tiene muchas maneras de extinguirse. Puede ser la muerte física. O la muerte en vida. Dicen que a esta segunda le procede rápido la primera. El adiós está más cercano de lo que nos atrevemos a imaginar y, aunque sea triste, se trata sin duda de una realidad que no podemos obviar. Hay culturas que celebran este acontecimiento como un viaje sin retorno a aquéllos mundos que nuestro espíritu tiene derecho a disfrutar pero que, antes, debe liberarse de aquéllo que le ata a la vida terrena donde ha de cumplir alguna misión. Para los cristianos, el infinito letargo no es sino un "hasta luego". Pero la verdad es que somos demasiado sensibles a este momento ineludible para todo ser, esa condena ya sea a la felicidad absoluta o al final más cerrado. Y tarde o temprano termina llegando. Este post es triste, sí lo sé. Después de llevar tanto tiempo sin pasarme por aquí debería traeros presentes más agradables que ponerme a relataros sobre el viaje definitivo. Pero así son las cosas, así es la realidad, dura como el cemento.


En los últimos día, cada día, y cada noche estoy asistiendo a la antesala del adiós de una vecina. Confieso que conciliar la calma en estas circunstancias es dificil. Escuchar a una persona que ya no es tal, sino un espíritu vahabundo, desorientado, errante y perdido buscando su camino que no alcanza a vislumbrar, es muy triste. Más cuando aun sin haber tenido excesivo trato con esa persona, la has escuchado cada día llena de vitalidad, de fuerza, de rabia, incluso de rencor. Digo bien. Esta señora era la eterna cascarrabias, la típica vieja gruñona, quejosa por todo y por casi todos, en especial por su propia familia y, me temo que no sin razón. La típica "solterona amargada" calificada así por algunos, que no perdona haber llegado a anciana sin conocer el amor cuando mira a su alrededor y observa que todas sus hermanas están o han estado bien casadas. Yo apunto que, tal vez, no es su amargura debido a la soltería, sino más bien, su mal carácter es la causa de su soltería.


Yo misma reconozco haber pensado de ella que era insoportable convivir con alguien así. Y lo he dicho compadeciéndome de su otra hermana que vive con ella y, la pobre siempre estaba enferma, claro... de escuchar las constantes quejas y mandatos de su compañera. Me daba pena, la verdad. Tanta pena como me produce ahora escucharla a ella. Ignorada por todos, y atendida por quienes nunca antes pensaron en atenderla, suplicando mimos y, al mismo tiempo, suplicando a Dios que el desenlace no se haga esperar en exceso.


Escucharla antes y escucharla ahora impresiona. Son dos personas diferentes, tan diferentes como el doctor Jekyll y el Señor Hyde. No hace falta echar demasiada imaginación para pensar que este diabólico ser que ilustra la novela de Stevenson pudo basarse en un caso de alzheimer, de esquizofrenia, o incluso sin ir tan lejos, de alcoholismo. En todo esos casos, el ser conocido desaparece para dejar su puesto a una monstruosa ceguera que ni reconoce ni, aparentemente, siente ni padece como antes.


Un retorno a la infancia, un viaje por dimensiones que nunca seríamos capaces de comprender desde fuera, un trayecto para el que es imposible colarse en el tren si no has comprado el billete, un vehículo de ventanas pintadas de blanco para que no veamos lo negro que esconde en su interior, o para que lo imaginemos más negro de lo que en realidad es. Y mientras esta señora, ¿llama? a su "mamá" y a su "papa", sólo nos queda aguardar y abrazarnos a la esperanza que en momentos como estos huye fugitiva, y pensar que, según parece, al final todo vuelve a empezar.

Así que, como le dije a mi amigo Javier, la clave es que "Todo final es un principio. El final sólo anuncia un nuevo comienzo". Habrá que confiar en eso. En todos los sentidos, y en todos los ámbitos.


Parecía que había llegado el final de nuestro blog, ¿Qué tal si, a partir de hoy, emprendemos camino hacia nuevos horizontes? Venid conmigo!