domingo, marzo 28, 2010


Hay algunos libros que ejercen en mí una curiosa fascinación. Normalmente, al menos por lo que escucho, cuando alguien está muy entusiasmado con la lectura de un libro, está deseando terminarlo para conocer el final. A mí en cambio, si un libro consigue atraparme, me apena contar las pocas hojas que le quedan de lectura. Me da pena terminarlo, sí. Hay libros que terminan ocupando un lugar en mi mesilla de noche. Ahí, perennes. Perennes hasta que me doy cuenta de la insensatez de mantener una colección de libros ya acabados ahí, cuando en la librería tienen su sitio e igualmente podré volver a cogerlos cuando quiera. El hecho de mantenerlos en la mesilla, no es porque piense volver a leerlos, en realidad ni siquiera vuelvo a tocarlos en mucho tiempo, pero me gusta sentirlos cerca, me gusta contemplarlos, como si se tratase de un ritual y saber que están ahí. En ocasiones es como si esos libros cobrasen vida, en en cierto modo, pasan a formar parte de mí. Se convierten en mi biblia. Esto me ha ocurrido con dos libros de manera muy especial. Uno de ellos, la poesías de Bécquer, durante años, desde la primera vez que lo descubrí en mi infancia. Y ahí sigue. El segundo, ha sido "Yo, Julio Verne", de Juan José Benítez. Tal vez porque lo leí en un momento clave de mi vida, quizá porque lo cogí por casualidad ¿? y me sentí tan identificada con el protagonista. Julio Verne fue devuelto a la estantería de mi salón, pero cosas de la vida que hace unos días regresó de nuevo junto a mí. Tuve que recuperarlo para un escrito que hice para mi trabajo. ¿Tuve? Sería más acorde decir: "Quise necesitar" volverlo a tener entre mis manos.

1 comentario:

Mararía Complementos dijo...

he aquí el porqué de si bien día a día leemos más en internet, los libros seguirán vendiendose, tienen vida propia, los queremos y nos quieren

;)