miércoles, febrero 25, 2009

"-Pero, ¿por qué se tomó tanto trabajo en mejorar mi vida? Stefan Krieger miró a Chris, después a ella y por último cerró los ojos, para decir al fin:

-Después de verte en aquella silla de ruedas, firmando ejemplares de Cornisas, y después de leer tus libros..., me enamoré de tí..., me enamoré profundamente de tí. Tu mente era todavía más hermosa que tu cara -dijo suavemente Stefan, todavía con los ojos cerrados-. Me enamoré de tu gran valor, tal vez porque el verdadero valor era algo que no había visto en mi propio mundo de engreídos fanáticos uniformados. Cometían atrocidades en nombre del pueblo y lo llamaban valor. Estaban dispuestos a morir por un idea totalitario tortuoso, y a esto le llamaban valor, cuando no era más que estupidez, locura. Y yo me enamoré de tu dignidad, porque no tenía ninguna, ni un respeto por mí mismo como el que ví resplandecer en tí. Me enamoré de tu compasión, que era una parte tan rica de tus libros, pues en mi mundo había visto muy poca. Me enamoré, Laura, y me dí cuenta de que podía hacer por tí lo que todos los hombres harían por el ser amado si tuviesen el poder de dioses: hice cuanto pude por ahorrarte lo peor que el destino habría proyectado para tí.

Por fin abrió los ojos.

Eran hermosamente azules. Y torturados.

Ella se sentía inmensamente agradecida. No correspondía a su amor, pues apenas le conocía. No obstante, al declarar él la profundidad de una pasión que había hecho que transformase su destino y le había impulsado a navegar por los vastos mares del tiempo para estar con ella, le había devuelto en cierto grado la aureola mágica que antaño había percibido en él. De nuevo parecía más grande que la vida, un semidiós, si no un dios, llevado de la condición de simple mortal por la intensidad de su desinteresada dedicación a ella".



Relámpagos. Dean R. koontz

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